martes, 29 de mayo de 2007

Cuento: La gotita

Una gotita se atrevió a pasar por allí, rodando como si nada, entre un montón de hojas secas. Todas la miraban como diciendo, qué desubicada, con una mezcla de susto e indignación, sin saber bien qué hacer ante su paso. Entre susurros la miraban de medio lado y levantaban sus bordes un poquito para dificultar su paso.

La gotita distraída por las nuevas texturas que encontraba a en su camino, sonreía amigablemente a las hojas. Estando secas seguramente no podían tener otra cara. Si fuera seca, pensaba la gotita, también tendría la cara arrugada y rígida. Siguió su camino contenta de poder conocer un lugar nuevo. Dejaba a su paso una discreta y firme huella húmeda, suavizando a las hojas que de mala gana, apenas la dejaban transitar. Caminando y avanzando la gotita se fue volviendo cada vez más pequeña, hasta que finalmente se entregó a la tierra que la esperaba sedienta.

Poco a poco fueron llegando más gotitas y las hojas no tuvieron más remedio que ceder. A pesar del malestar ante esta inoportuna invasión, se iban suavizando, absorbiendo los rastros de humedad que las gotitas iban dejando. Sin querer se juntaban cada vez más, pegándose unas a otras. Se fueron diluyendo sus caras arrugadas y empezaron a suspirar disimuladamente en un inicio. Entre vergüenza y alivio descubrían un gran placer al soltar su peso a la humedad, siendo recibidas por la tierra que las esperaba hambrienta.

Así bajó el rocío de la mañana. Empezó a salir el sol a consolar a los árboles temblorosos de frío. Otro inicio de un día de otoño.

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